COSMO
by Einat Rozenwasser
Mientras avanza entre las góndolas del supermercado recuerda aquella primera vez, la noche que aceptó la prueba y se animó a descubrir los encantos de la buena barra. De pasada por el bazar manotea dos individuales del naranja más intenso para reemplazar los-de-siempre, que acusan un par de manchas de cada lado. Quitaesmalte y desodorante en el sector perfumería, y llega a la bodega. Entonces vuelve a aquella primera vez, cuando dejó de lado los prejuicios de fiel seguidora del Malbec –firme, cálido, camaleónico, amigable, intenso, ¿cómo abarcar la amplia variedad de posibles adjetivoscalificativos?— y se abrió la infinidad de sabores, colores, texturas y combinaciones que propone la coctelería.
Le costaba determinar qué era lo que había causado el mayor efecto. ¿La bebida en sí misma, o todo lo que hacía al contexto que la rodeaba? La particular vibración del saberse parte. El salón repleto de gente encantada y encantadora. Un ronroneo de música "algo" (¿será que así suena el chill out?) marcando el ritmo de la escena. La barra de hierro calado que deja filtrar la dosis justa de luz. El murmullo constante. El circular acompasado de los mozos. Ellas. Ellos. Se cruzan. Se miran. Se chocan. Se rozan. Se ríen. Todos se ríen. Los que buscan y los que encuentran. Se ríen con gesto estudiado frente al espejo del baño (snob, snob, snob).
Él la espera acodado en la barra, entre casual y expectante. Empezó con un gin tonic que ahora levanta con la misma mano que usa para hacerle señas (él es un
tipo-cool, que va de la oficina al after, se sienta en la barra porque es habitué-de-la-casa y muestra el trago para dejar en claro desde el vamos que, básicamente, hace lo que se le da la gana).
"Inés (puede que sea la misma que ustedes piensan, quién sabe), te presento a mi amiga E.", introduce a la bartender que con cierto fastidio se asoma por encima de la barra para saludarla. Inés está del otro lado y es la espectadora privilegiada del circo que se repite, al menos, tres noches a la semana, cuando él se instala en el centro de la barra con la camisa arremangada y los botones de arriba desabrochados, los anteojos descansando a un lado de su plato (porque también pidió algo de entrada), el pelo que intenta lucir desordenado. A lo largo de la velada recorre los mismos temas de conversación mientras ordena casi rítmicamente: Gin Tonic, Tom Collins, Martini ("Shaken, not stirred", of course Darling!), Black Russian. Come sushi, obvio. Él se siente importante cuando pide el combinado más grande como quien marcha un Bic Mac.
Ella no, y todo esto le causa un poco de gracia. Ella lo conoce de antes, desde cuando él ensayaba las primeras líneas de este paso de comedia. Entonces el trago más sofisticado era el Sex on the Beach. Ella existe –y se mantiene en el tiempo- porque funciona como espejo, el encanto de los opuestos. Se burla de lo que ve. Ella representa todo lo que él proclama pero que jamás se animaría a concretar. Porque la vida con glamour es más cómoda y más linda, por sobre todas las cosas, mucho más linda.
"A ella Cosmopolitan y a mí, Manhattan", le pide a Inés en su nombre. Suenan acordes sinatrescos, cierto que está con Mr. New York (Frank, Tony, Nat, fly me to the city that doesn't sleep) En el fondo se pone contenta porque le evitó el dilema de tener que elegir qué tomar. Y porque cuando Inés se pone a armar su trago, descubre un ritual magnético. Saca de la heladera una copa de las mal llamadas "de martini" ("de cocktail", corrigen ambos casi a dúo cuando ella pregunta en ese juego tan naive al que tanto le gusta jugar). Llena la copa de hielos nuevos para refrescarla y en la coctelera de acero inoxidable pone –en orden-- los ingredientes: gajos de lima un poco aplastados con un mortero (una cuchara de madera contra el fondo del recipiente cumple la función a la perfección), otro poco de hielo, dos partes de vodka (si es Absolut Citron, tanto mejor), una de licor triple sec (Cointreau) y jugo de arándanos (¿hasta dónde? "Hasta que el aroma te indique que tiene el equilibrio indicado", responde él, como si con la cuota de snobismo no hubiera sido suficiente! Inés ajusta la tapa y agita con fuerza la coctelera. El antebrazo a 90 grados, la mano alineada con el codo y las muñecas levemente relajadas para que el batido no provoque tensiones. El recipiente de acero inoxidable se empaña y transpira. Inés sigue batiendo, y las gotas empiezan a deslizar cada vez con más intensidad entre sus dedos. Lo destapa y ve como se desprende un hilo de vapor.
Inés vacía el hielo de la copa y sirve de a poco el trago, deja resbalar esa línea color rosa viejo por el cristal empañado hasta llegar a milímetros del borde (y hasta un cachito más). Con hilos de cáscara de lima completa la decoración y le desliza el trago sobre la barra (obvio que con una cuota importante de malicia, ¿qué duda queda?) Pero ella conoce la técnica. Se acerca a la copa y le da un pequeño sorbo mientras la levanta con las manos justo por debajo del cuello. El equilibrio justo entre picazón y dulzura. Algo de sofisticado, levemente ácido. Refrescante. Suave y con textura. Definitivamente elegante. No sabe qué pesa más, si el sabor o el encanto. Brindan, se ríen. Ella se siente parte
Ella se sonríe porque sabe que está ante el preciso instante en el que se agotan sus argumentos. Cuando se acaba el sarcasmo y su honestidad intelectual la obliga a reconocer que la vida glamorosa tiene momentos sencillamente espléndidos. Que la sumatoria de ambientación + buena música produce un lindo efecto.
Que a veces ese juego puede resultar divertido. Que sí, que es cierto, que no es lo mismo que una fugazzeta rellena con cerveza.
Mentre avanza tra gli scaffali del supermercato si ricorda quella prima volta, la sera che ha accettato la prova e si era animata a scoprire l'incanto del buon banco. Passando per il bazar prende due tovaglie monouso dell’arancione più intenso per cambiare quello di sempre, che hanno un paio di macchie ad ogni lato.
Acetone per unghie e deodorante nel settore profumeria, e arriva alla sezione vini. Allora torna a quella prima volta, quando ha lasciato da parte i pregiudizi di fedele fan del Malbec-firme, caldo, camaleontico, amichevole, intenso, come avere questa ampia gamma di possibili aggettivi qualificativi?- e si era aperta un’infinità di sapori, colori , texture e combinazioni che propone lo shaker.
Le era difficile determinare cosa era ciò che aveva fatto il maggiore effetto. La bibita in se stessa, o il contesto che le girava intorno? La particolare vibrazione del sentirsi parte di qualcosa. Il salotto pieno di gente incantata e gradevole. Una fusa del gatto di musica "qualcosa" (sarà che così suona il chill out?) marcando
il ritmo della scena. La barra di ferro calata che lasciava filtrare la dose giusta di luce. Il rumore costante. Il circolare andare dei camerieri. Le donne. Gli uomini. Si incrociano. Si guardano. Fanno crash. Si toccano soavemente. Ridono. Tutti ridono. Quelli che cercano e quelli che trovano. Ridono con un gesto studiato di fronte allo specchio del bagno (snob, snob, snob).
Lui la aspettava col gomito nel bancone, fra casuale e aspettante. Aveva cominciato con un gin-tonic che adesso alza con la stessa mano che usa per fare segni (lui è una persona cool, che va dall'ufficio al dopo lavoro, si siede al bancone perchè è un habituè della casa e mostra un sorso per far capire che lui fa sempre quello che vuole).
"Ines (può essere che sia quella che voi pensate, chi lo sa), ti presento alla mia amica E.", introduce alla barman che con certo fastidio si alza sopra il bancone per salutarla. Ines sta dall’altro lato ed è una spettatrice privilegiata del circo che si ripete, minimo tre notti a settimana, quando lui si istalla nel centro del bancone con la camicia con le maniche girate e i bottoni superiori aperti, gli occhiali appoggiati ad un lato del piatto (perchè lui ha chiesto un antipasto), il capello che cerca di mostrare disordinato. La serata passa per gli stessi temi di conversazione mentre ordina quasi ritmicamente:
Gin Tonic, Tom Collins, Martini ("Shaken, not stirred", of course Darling!), Black Russian. Mangia sushi, ovvio. Lui si sente importante quando chiede il mix più grande come chi chiede un Big Mac.
Lei no, e tutto questo la faceva ridere. Lei lo conosce da prima, da quando lui provava queste prime parti da commedia. Allora il cocktail più sofisticato era il Sex on the Beach. Lei esiste - e rimane nel tempo- perchè funziona come specchio, l'incontro degli opposti. Ride di quello che vede. Lei rappresenta tutto quello che lui proclama ma che mai si animerà a concretizzare perchè la vita con glamour è più comoda e più bella, sopratutto, molto più bella.
" A lei Cosmopolitan e a me , Manhattan", le chiede a Ines a suo nome. Suonano accordi sinistri, certo che sta con Mr. New York (Frank, Tony, Nat, fly me to the city that doesn't sleep). In fondo si accontenta perchè ha evitato il dilemma di scegliere cosa bere. E perché, quando Ines si mette ad armare il suo cocktail, scopre un rituale magnetico. Prende dal frigo una coppa di quelle chiamate erroneamente "di Martini" ("di Cocktail", correggono a dueto quando lei domanda in quel gioco tanto naif che tanto vi piace giocare). Riempie la coppa di ghiaccio nuovo per rinfrescarla e nella cocktailliera di acciaio inox mette-in ordine- gli ingredienti: pezzi di lime schiacciati con un mortaio (un cucchiaio di legno contro il fondo del recipiente compie la funzione alla perfezione), un altro po’ di ghiaccio, due parti di vodka ( se è Absolut Citron, tanto meglio), una di liquore fortemente secco (Cointreau) e succo di mirtilli (fino a dove? " Fino a
che l'aroma ti dice che ha l'equilibrio indicato", risponde lui, come se con la sua quota di snobismo non fosse sufficiente! Ines aggiusta il tappo e agita con forza lo shaker. L'avanbraccio a 90 gradi, la mano allineata continua a battere, e le gocce cominciano a cadere ogni volta con più intensità tra le sue dite. Toglie il tappo e guarda come esce un filo di vapore.
Ines svuota il ghiaccio della coppa e serve poco a poco il cocktail, lascia scivolare quella linea di colore rosso vecchio per il cristallo impanato fino ad
Arrivare a millimetri dal bordo (e anche un poco sopra). Con fili di bucce di lime completa la decorazione e fa scivolare il cocktail sul bancone (ovvio che con una quota importante di malizia, che dubbio c'era?) Ma lei conosce la tecnica. Si avvicina alla coppa e beve solo un poco mentre l'alza con le mani giusto sotto il collo. L'equilibrio giusto tra pizzico e dolcezza. Qualcosa di sofisticato, lievemente acido. Rinfrescante. Soave e con texture. Definitivamente elegante. No sa cosa pesa di più, se il sapore o l'incanto. Fanno un brindisi, ridono. Lei si sente partecipe.
Lui le sorride perchè sa che è arrivato il momento dove non ci sono più argomenti. Quando finisce il sarcasmo e la sua onestà intellettuale la obbliga a riconoscere che la vita glamour ha dei momenti semplicemente splendidi. Che la somma di ambientazione + buona musica produce un bell’effetto. Che a volte questo gioco può risultare divertente. Che sì, che è vero, che non è lo stesso che una pizza di cipolla con la birra.
Foto: Einat Rozenwasser.
Blog de Juan Christmann & Daniela Kodenczyk : http://quelacosanoquedeenpicada.blogspot.com
by Einat Rozenwasser
Mientras avanza entre las góndolas del supermercado recuerda aquella primera vez, la noche que aceptó la prueba y se animó a descubrir los encantos de la buena barra. De pasada por el bazar manotea dos individuales del naranja más intenso para reemplazar los-de-siempre, que acusan un par de manchas de cada lado. Quitaesmalte y desodorante en el sector perfumería, y llega a la bodega. Entonces vuelve a aquella primera vez, cuando dejó de lado los prejuicios de fiel seguidora del Malbec –firme, cálido, camaleónico, amigable, intenso, ¿cómo abarcar la amplia variedad de posibles adjetivoscalificativos?— y se abrió la infinidad de sabores, colores, texturas y combinaciones que propone la coctelería.
Le costaba determinar qué era lo que había causado el mayor efecto. ¿La bebida en sí misma, o todo lo que hacía al contexto que la rodeaba? La particular vibración del saberse parte. El salón repleto de gente encantada y encantadora. Un ronroneo de música "algo" (¿será que así suena el chill out?) marcando el ritmo de la escena. La barra de hierro calado que deja filtrar la dosis justa de luz. El murmullo constante. El circular acompasado de los mozos. Ellas. Ellos. Se cruzan. Se miran. Se chocan. Se rozan. Se ríen. Todos se ríen. Los que buscan y los que encuentran. Se ríen con gesto estudiado frente al espejo del baño (snob, snob, snob).
Él la espera acodado en la barra, entre casual y expectante. Empezó con un gin tonic que ahora levanta con la misma mano que usa para hacerle señas (él es un
tipo-cool, que va de la oficina al after, se sienta en la barra porque es habitué-de-la-casa y muestra el trago para dejar en claro desde el vamos que, básicamente, hace lo que se le da la gana).
"Inés (puede que sea la misma que ustedes piensan, quién sabe), te presento a mi amiga E.", introduce a la bartender que con cierto fastidio se asoma por encima de la barra para saludarla. Inés está del otro lado y es la espectadora privilegiada del circo que se repite, al menos, tres noches a la semana, cuando él se instala en el centro de la barra con la camisa arremangada y los botones de arriba desabrochados, los anteojos descansando a un lado de su plato (porque también pidió algo de entrada), el pelo que intenta lucir desordenado. A lo largo de la velada recorre los mismos temas de conversación mientras ordena casi rítmicamente: Gin Tonic, Tom Collins, Martini ("Shaken, not stirred", of course Darling!), Black Russian. Come sushi, obvio. Él se siente importante cuando pide el combinado más grande como quien marcha un Bic Mac.
Ella no, y todo esto le causa un poco de gracia. Ella lo conoce de antes, desde cuando él ensayaba las primeras líneas de este paso de comedia. Entonces el trago más sofisticado era el Sex on the Beach. Ella existe –y se mantiene en el tiempo- porque funciona como espejo, el encanto de los opuestos. Se burla de lo que ve. Ella representa todo lo que él proclama pero que jamás se animaría a concretar. Porque la vida con glamour es más cómoda y más linda, por sobre todas las cosas, mucho más linda.
"A ella Cosmopolitan y a mí, Manhattan", le pide a Inés en su nombre. Suenan acordes sinatrescos, cierto que está con Mr. New York (Frank, Tony, Nat, fly me to the city that doesn't sleep) En el fondo se pone contenta porque le evitó el dilema de tener que elegir qué tomar. Y porque cuando Inés se pone a armar su trago, descubre un ritual magnético. Saca de la heladera una copa de las mal llamadas "de martini" ("de cocktail", corrigen ambos casi a dúo cuando ella pregunta en ese juego tan naive al que tanto le gusta jugar). Llena la copa de hielos nuevos para refrescarla y en la coctelera de acero inoxidable pone –en orden-- los ingredientes: gajos de lima un poco aplastados con un mortero (una cuchara de madera contra el fondo del recipiente cumple la función a la perfección), otro poco de hielo, dos partes de vodka (si es Absolut Citron, tanto mejor), una de licor triple sec (Cointreau) y jugo de arándanos (¿hasta dónde? "Hasta que el aroma te indique que tiene el equilibrio indicado", responde él, como si con la cuota de snobismo no hubiera sido suficiente! Inés ajusta la tapa y agita con fuerza la coctelera. El antebrazo a 90 grados, la mano alineada con el codo y las muñecas levemente relajadas para que el batido no provoque tensiones. El recipiente de acero inoxidable se empaña y transpira. Inés sigue batiendo, y las gotas empiezan a deslizar cada vez con más intensidad entre sus dedos. Lo destapa y ve como se desprende un hilo de vapor.
Inés vacía el hielo de la copa y sirve de a poco el trago, deja resbalar esa línea color rosa viejo por el cristal empañado hasta llegar a milímetros del borde (y hasta un cachito más). Con hilos de cáscara de lima completa la decoración y le desliza el trago sobre la barra (obvio que con una cuota importante de malicia, ¿qué duda queda?) Pero ella conoce la técnica. Se acerca a la copa y le da un pequeño sorbo mientras la levanta con las manos justo por debajo del cuello. El equilibrio justo entre picazón y dulzura. Algo de sofisticado, levemente ácido. Refrescante. Suave y con textura. Definitivamente elegante. No sabe qué pesa más, si el sabor o el encanto. Brindan, se ríen. Ella se siente parte
Ella se sonríe porque sabe que está ante el preciso instante en el que se agotan sus argumentos. Cuando se acaba el sarcasmo y su honestidad intelectual la obliga a reconocer que la vida glamorosa tiene momentos sencillamente espléndidos. Que la sumatoria de ambientación + buena música produce un lindo efecto.
Que a veces ese juego puede resultar divertido. Que sí, que es cierto, que no es lo mismo que una fugazzeta rellena con cerveza.
Mentre avanza tra gli scaffali del supermercato si ricorda quella prima volta, la sera che ha accettato la prova e si era animata a scoprire l'incanto del buon banco. Passando per il bazar prende due tovaglie monouso dell’arancione più intenso per cambiare quello di sempre, che hanno un paio di macchie ad ogni lato.
Acetone per unghie e deodorante nel settore profumeria, e arriva alla sezione vini. Allora torna a quella prima volta, quando ha lasciato da parte i pregiudizi di fedele fan del Malbec-firme, caldo, camaleontico, amichevole, intenso, come avere questa ampia gamma di possibili aggettivi qualificativi?- e si era aperta un’infinità di sapori, colori , texture e combinazioni che propone lo shaker.
Le era difficile determinare cosa era ciò che aveva fatto il maggiore effetto. La bibita in se stessa, o il contesto che le girava intorno? La particolare vibrazione del sentirsi parte di qualcosa. Il salotto pieno di gente incantata e gradevole. Una fusa del gatto di musica "qualcosa" (sarà che così suona il chill out?) marcando
il ritmo della scena. La barra di ferro calata che lasciava filtrare la dose giusta di luce. Il rumore costante. Il circolare andare dei camerieri. Le donne. Gli uomini. Si incrociano. Si guardano. Fanno crash. Si toccano soavemente. Ridono. Tutti ridono. Quelli che cercano e quelli che trovano. Ridono con un gesto studiato di fronte allo specchio del bagno (snob, snob, snob).
Lui la aspettava col gomito nel bancone, fra casuale e aspettante. Aveva cominciato con un gin-tonic che adesso alza con la stessa mano che usa per fare segni (lui è una persona cool, che va dall'ufficio al dopo lavoro, si siede al bancone perchè è un habituè della casa e mostra un sorso per far capire che lui fa sempre quello che vuole).
"Ines (può essere che sia quella che voi pensate, chi lo sa), ti presento alla mia amica E.", introduce alla barman che con certo fastidio si alza sopra il bancone per salutarla. Ines sta dall’altro lato ed è una spettatrice privilegiata del circo che si ripete, minimo tre notti a settimana, quando lui si istalla nel centro del bancone con la camicia con le maniche girate e i bottoni superiori aperti, gli occhiali appoggiati ad un lato del piatto (perchè lui ha chiesto un antipasto), il capello che cerca di mostrare disordinato. La serata passa per gli stessi temi di conversazione mentre ordina quasi ritmicamente:
Gin Tonic, Tom Collins, Martini ("Shaken, not stirred", of course Darling!), Black Russian. Mangia sushi, ovvio. Lui si sente importante quando chiede il mix più grande come chi chiede un Big Mac.
Lei no, e tutto questo la faceva ridere. Lei lo conosce da prima, da quando lui provava queste prime parti da commedia. Allora il cocktail più sofisticato era il Sex on the Beach. Lei esiste - e rimane nel tempo- perchè funziona come specchio, l'incontro degli opposti. Ride di quello che vede. Lei rappresenta tutto quello che lui proclama ma che mai si animerà a concretizzare perchè la vita con glamour è più comoda e più bella, sopratutto, molto più bella.
" A lei Cosmopolitan e a me , Manhattan", le chiede a Ines a suo nome. Suonano accordi sinistri, certo che sta con Mr. New York (Frank, Tony, Nat, fly me to the city that doesn't sleep). In fondo si accontenta perchè ha evitato il dilemma di scegliere cosa bere. E perché, quando Ines si mette ad armare il suo cocktail, scopre un rituale magnetico. Prende dal frigo una coppa di quelle chiamate erroneamente "di Martini" ("di Cocktail", correggono a dueto quando lei domanda in quel gioco tanto naif che tanto vi piace giocare). Riempie la coppa di ghiaccio nuovo per rinfrescarla e nella cocktailliera di acciaio inox mette-in ordine- gli ingredienti: pezzi di lime schiacciati con un mortaio (un cucchiaio di legno contro il fondo del recipiente compie la funzione alla perfezione), un altro po’ di ghiaccio, due parti di vodka ( se è Absolut Citron, tanto meglio), una di liquore fortemente secco (Cointreau) e succo di mirtilli (fino a dove? " Fino a
che l'aroma ti dice che ha l'equilibrio indicato", risponde lui, come se con la sua quota di snobismo non fosse sufficiente! Ines aggiusta il tappo e agita con forza lo shaker. L'avanbraccio a 90 gradi, la mano allineata continua a battere, e le gocce cominciano a cadere ogni volta con più intensità tra le sue dite. Toglie il tappo e guarda come esce un filo di vapore.
Ines svuota il ghiaccio della coppa e serve poco a poco il cocktail, lascia scivolare quella linea di colore rosso vecchio per il cristallo impanato fino ad
Arrivare a millimetri dal bordo (e anche un poco sopra). Con fili di bucce di lime completa la decorazione e fa scivolare il cocktail sul bancone (ovvio che con una quota importante di malizia, che dubbio c'era?) Ma lei conosce la tecnica. Si avvicina alla coppa e beve solo un poco mentre l'alza con le mani giusto sotto il collo. L'equilibrio giusto tra pizzico e dolcezza. Qualcosa di sofisticato, lievemente acido. Rinfrescante. Soave e con texture. Definitivamente elegante. No sa cosa pesa di più, se il sapore o l'incanto. Fanno un brindisi, ridono. Lei si sente partecipe.
Lui le sorride perchè sa che è arrivato il momento dove non ci sono più argomenti. Quando finisce il sarcasmo e la sua onestà intellettuale la obbliga a riconoscere che la vita glamour ha dei momenti semplicemente splendidi. Che la somma di ambientazione + buona musica produce un bell’effetto. Che a volte questo gioco può risultare divertente. Che sì, che è vero, che non è lo stesso che una pizza di cipolla con la birra.
Foto: Einat Rozenwasser.
Blog de Juan Christmann & Daniela Kodenczyk : http://quelacosanoquedeenpicada.blogspot.com
2 comentarios:
Gracias Dani y Juan por dejarme ser parte del delicioso mundo de quelacosa... Y gracias Dr. por el espacio en su interesantísimo Off. Un gusto haber pasado por acá!
Notaza Dr.!!!
Ya estoy aprendiendo italiano, primero la leo en italiano y después la otra, vengo bien.
Besos y abrazos
Santi F.
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